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Split, vivir como un emperador
Ulyfox | 16 de noviembre de 2016 a las 13:58
En Split es muy sencillo vivir, comer, beber, pasear y dormir en el palacio de un emperador romano. Basta con alojarse en el centro histórico de esta ciudad croata, auténtica capital de la región de Dalmacia. Buena parte del casco antiguo de esta luminosa población a orillas del Adriático se asienta sobre el palacio del emperador Diocleciano, que escogió su lugar de nacimiento para construir este inmenso edificio, donde pasó sus últimos años, entre los siglos tercero y cuarto de nuestra era. El tiempo posterior hizo de las suyas y tras la época romana el edificio fue ocupado por la gente ‘normal’, que en la Edad Media edificó allí sus viviendas, añadiendo y quitando muros y tabiques, reutilizando material. Una reforma de siglos que ha dado como resultado un intrincado laberinto de callejuelas de piedra salpicado de restos de columnas, arcos, templos y galerías, integrados en la trama urbana con una naturalidad que pasma, mezclando estilos arquitectónicos y componiendo una bellísima imagen.
Aún hay que cruzar alguna de las cuatro puertas monumentales abiertas en la muralla que era la pared exterior del palacio para entrar en este casco antiguo y que sigue en pie, mil setecientos años después. El panteón octogonal que mandó construir Diocleciano para que descansaran sus restos, y donde fue enterrado, es hoy la catedral pero se conserva tal cual, con sus mármoles y sus columnas, si bien con el añadido de un altísimo campanario. Frente a su puerta está el asombroso Peristilo, un patio rectangular bordeado de columnas y arcos que después de siglos es hoy la plaza central de la ciudad y centro de reuniones de turistas, artistas y músicos. Al lado, la Rotonda, una bóveda circular con cúpula abierta donde durante todo el día un coro entona canciones tradicionales croatas aprovechando su perfecta acústica. Por todas partes, escalones de mármol o de la hermosa piedra blanca de Dalmacia, cada vía desemboca en un arco o una galería, un par de esfinges traídas por los ejércitos imperiales desde Egipto presiden alguna esquina, en los sótanos del antiguo palacio se acumulan las tiendas de recuerdos, por algún lado se puede ver el mosaico de una estancia de aquella época.

Restos romanos, palacios góticos y piedras antiguas en el interior del Palacio, ahora casco antiguo.
La gente tomó el abandonado palacio para vivir, y en lo que eran alojamientos de oficiales o funcionarios del emperador instaló su cuarto o su cocina, su tienda o su caballeriza. Hoy, casi todo está dedicado al turismo, y la imperial ciudad está llena de restaurantes, vinaterías o gastrobares a la última moda. Y en Croacia se come muy bien, os lo puedo asegurar. La anterior vez que estuvimos en Split (Spalato, según la larga historia de esta región vinculada con Italia), ya era naturalmente una joya, pero en los últimos tiempos se ha pulido con la aparición de todos estos negocios, y ha enriquecido su vida con el creciente tráfico de ferris y catamaranes a las islas, siempre rebosantes de visitantes en temporada. Hasta tres veces paramos en Split en el pasado septiembre, en nuestras idas y venidas precisamente a las islas. El primer día nos recibió un gran chaparrón, pero las otras dos jornadas pudimos disfrutar de su belleza iluminada por un gran sol mediterráneo.
Por dentro, el palacio de Diocleciano apabulla con su abigarramiento, y por fuera, sus altos muros adornados con arcos y columnas transportan a siglos atrás como cuando uno está ante algunos edificios de la Roma más antigua. De ellos, los laterales más cercanos al puerto están literalmente tomados, quizá demasiado, por los puestos para turistas. Esclavitudes de las costumbres masivas. Eso no quita que uno pueda disfrutar del inmenso placer de tomar un café con las mismas vistas que el viejo emperador tendría desde sus balcones, al atardecer y con la silueta de las hermosas islas allá enfrente. Más afuera, aún hay multitud de calles que trepan hacia la colina arbolada o que se desparraman hacia las playas. Aún más al exterior, la ciudad ha crecido como un gigante moderno, no tan acogedor. Pero desde y junto al mar, Split es impresionante en sus recuerdos y en su realidad actual.
En nuestra estancia fragmentada en Split recorrimos varias veces el palacio que ahora son calles, disfrutamos del hermoso paseo marítimo, probamos los estupendos vinos y nos solazamos con la intensa rakia, el equivalente al raki griego o al orujo español. Un aguardiente de uvas, que aquí se perfuma con diferentes hierbas y frutas como la cereza o la algarroba. No faltó ni un día en el que el rakia fuera la despedida de cualquier comida o el acompañante ideal del café. En esas cortas jornadas, pasamos no sé cuántas veces por el Peristilo. Pero también admiramos el mar Adriático en el agitado puerto y oíamos los cantos croatas en la Rotonda.
Diocleciano fue uno de los más tardíos emperadores romanos. En realidad, él, que ordenó la más implacable persecución contra los cristianos, logró que el Imperio durase unos cien años más antes de su derrumbe estrepitoso. A su vejez, fue el primer emperador que abandonó voluntariamente su cetro, y se retiró a su gran palacio de Split, casi una ciudad, a cuidar de sus huertos y jardines. Pero quizá el mejor fruto de su labor de siembra fue este impresionante legado que ahora es el centro de la ciudad.
En un extremo de Roma
Ulyfox | 29 de abril de 2015 a las 13:16
Por aquel barrio, al norte de Roma, aparentemente alejado está la Villa Borghese, ese gran parque que antes fue jardín privado de una poderosísima familia, como ocurre en tantas otras zonas de la capital italiana, y de toda Italia en general. Nunca habíamos llegado hasta allí, no sé muy bien por qué, en nuestras anteriores visitas. Pero allí estábamos, en nuestro último día de nuestra estancia invernal en la Citá Eterna. Allí, andando por el parque, dirigiéndonos al precioso mirador del Pincio, uno de tantos desde los que suponemos que los grandes ricos de la Roma clásica o renacentista miraban el mundo de la gente inferior y de paso, algo así como sus posesiones terrenales.
La vista es realmente espléndida, y a los pies del Pincio la enorme Piazza del Popolo, lugar de las grandes citas ciudadanas, presidido por el enorme obelisco egipcio, uno de tantos que trajeron los romanos de sus centenarias excursiones a su vasto imperio. A lo lejos, el Vaticano y debajo, como siempre, iglesias y más iglesias, con la hermosa imagen de las dos gemelas de Santa María dei Miracoli y Santa María al Montesanto, genial puerta y remate a la concurrida, comercial y espléndida Via del Corso.
Había mucha gente esa mañana de enero, todavía en plenas fiestas de Año Nuevo. Los cafés rebosaban glamour y dinero. Comenzaban las rebajas además, y los romanos se habían echado a la calle. Al atardecer, prácticamente no se podía andar ni por la calzada. Pero antes, fue agradable observar esta señorial zona, seguramente residencia de gente muy acomodada, quién sabe si alguno de esos aristócratas o grandes burgueses con palacios, con resabios de dolce vita.
A vueltas con el arte
Ulyfox | 5 de abril de 2015 a las 22:43
Esta también era una de las fotos buscadas. Dentro de los Museos Vaticanos se pueden hacer, pero no en la Capilla Sixtina. De todas formas, qué fotografía se puede hacer que refleje ese derroche desatado de arte, ese torrente de un Miguel Ángel sin más amarre que su genio único. Así que lo mejor es guardarse obligatoriamente la cámara, y en todo caso disparar cuando uno enfila la salida después de un paseo forzosamente ligero por este compendio inabarcable que tantos Papas reunieron, pagando lo mejor de la pintura, la escultura o la decoración de todas las épocas.
Y a la salida, esa larga escalera de caracol para descender de nuevo a la realidad mientras la cabeza le da vueltas a todo lo que acaba de ver, ese remolino de sensaciones que es el Vaticano dentro del vértigo placentero que es Roma.
Un reino de otro mundo, o no
Ulyfox | 17 de febrero de 2015 a las 13:21
Pues sí, el día de este último Año Nuevo fuimos a ver al Papa. Estábamos en Roma y entendimos que había que hacerlo, nos apetecía hacerlo. No es que seamos especialmente creyentes, más bien poco. Bueno, más bien nada y más bien descreídos. Pienso más bien, como el inmortal Perich, que la religión ayuda a resolver problemas que no existirían si no existiera la religión. Pero las audiencias públicas del Papa en la plaza de San Pedro forman parte de los atractivos de la Ciudad Eterna, y hay que reconocer que Francisco le ha dado un interés nuevo a este espectáculo coral.
Una corta, y barata, carrera en taxi nos libró del frío y nos dejó a los pies de la Via della Conciliazione, esa recta y un poco mussoliniana avenida que conduce a la imponente plaza de San Pedro. Ya había mucha gente allí a esa hora cercana al Angelus, y un río humano se dirigía hacia la apabullante fachada de la basílica, atraída por ese imán que es la gran cúpula de Miguel Ángel. La corriente estaba formada por gente suelta, familias, parejas, pero también numerosos grupos organizados como en un desfile, uniformados y con bandas de música, banderas, pancartas y todo tipo de adornos distintivos de su adscripción cristiana y nacional, conjuntos venidos de los cinco continentes y unidos seguramente por lo que se llama una sola fe. Había un aire de alegría, tal vez la que tienen los que están convencidos de que su camino es el correcto. Según se mire y según los momentos, es envidiable esa seguridad.
Como llegamos con tiempo, hubo ocasión de impresionarse y admirar la enorme y equilibrada plaza, introducirse por la Columnata elíptica y simétrica que diseñó Bernini para ‘abrazar’ a los fieles a su llegada, y buscar la ventana por donde habría de asomar Francisco a dar su discurso y rezo del Angelus. Esto fue fácil: era aquella tan pequeña de cuyo alféizar colgaba un gran tapiz rojo, o púrpura o como quiera que se llame ese color tan vaticano. Por allí apareció en medio de la ovación, puntual como el anuncio del ángel del señor que anunció a María que nos hacía levantarnos de los pupitres en aquel colegio de La Salle todos los mediodías lectivos. No entendí muy bien lo que dijo, y eso que me defiendo bastante bien en italiano, pero estábamos más pendientes de la reacción de la gente, de las fotos, del ambiente, de los gritos conjuntados de un extraño grupo detrás nuestro, que felicitaban al Papa “¡Auguriiiii!”. Creo que habló de inmigrantes y esclavitudes modernas, como siempre con un tono progresista. Es una lástima que todo ese poder de millones de personas unidos por una fe no haya sido dirigido muchas veces en el sentido adecuado. Habría sido imparable una creencia basada en el amor si ese hubiera sido su norte irrenunciable.
Me quedo con la hermosa imagen que puede provocar el genio humano, esté tocado o no por lo divino, con ese culmen del talento que es la Basílica de San Pedro, con la belleza eterna de los órdenes arquitectónicos clásicos, el dórico, el jónico, el corintio, aún utilizados después de siglos, con la matemática razón puesta al servicio de la estética, o tal vez sea a la inversa, reversa o viceversa. Con la Columnata, con sus 140 estatuas de santos, y hasta con el remate excéntrico de dos mocetones robustos de la Guardia Suiza, guardianes bien terrenales de un reino que dijo ser de otro mundo.
Bajo el signo de la antigua Roma
Ulyfox | 6 de febrero de 2015 a las 13:08
Uno puede o no emocionarse ante los vestigios desvencijados o extraordinariamente conservados del mundo antiguo. La inteligencia, la sensibilidad y las ganas son particulares. De acuerdo, pero resulta difícil pensar que alguien normal pueda pasar indiferente ante la riqueza arqueológica de ciudades como Roma, que fue varias veces capital del mundo terrenal y desde hace casi dos milenios capital espiritual universal. Es posible que entre el gentío multitudinario que estos pasados Nochevieja y Año Nuevo invadía la Ciudad Eterna, entre los grupos que caminan apresurados tras el paraguas levantado del guía, entre las bandas de jóvenes y no tanto que esgrimen como una nueva arma de disuasión los palos de selfies, es posible que entre todos ellos haya mucha gente a la que le da igual estar pisando el mismo suelo que hollaban los emperadores, centuriones, patricios y plebeyos de la capital del Imperio, pero incluso ellos sentirán un microsegundo el peso ineludible de la historia.
Era la tercera vez que visitábamos Roma y sentíamos que se triplicaba, al menos, el gusto de estar allí, en medio del transcurrir imparable de los siglos humanos. Sí, porque aquello era el Foro donde se gobernaba el mundo, era el Coliseo donde se divertían todas las clases sociales con la cruel representación de la vida, era el Teatro de Marcello para la comedia y la tragedia, era el Ara Pacis para brindar por la paz del siglo de Augusto, era la huella del genio humano inmortal de aquellos genios de lo práctico y lo bello, en los bronces y mármoles del Museo Capitolino, en la arquitectura indestructible del Panteón, en la desmesura de los mausoleos imperiales como el que ahora se llama Castel Sant’Angelo.
Hay miles de razones para ir y volver a Roma, las siguen desde hace cientos de años millones de personas, todos los caminos del corazón llevan a ella. Aquel centro telúrico que inventaron los romanos sigue atrayendo multitudes que desafían al frío invierno. Aquellos hombres y mujeres de toga y túnica, de legiones y espectáculos sangrientos, de legisladores que marcaron el mundo son los responsables de esta atracción. Hay miles de razones, pero entre ellas, es la más importante el legado en ruinas brillantes de aquellos fundadores.
“Ver Roma y después morir” dice el dicho romano para halagar las bellezas de este lugar. Es mejor, pienso yo, ver y volver a ver Roma siempre.
Desaparecido en la gran belleza
Ulyfox | 8 de enero de 2015 a las 20:23
Desde que la vi en el cartel de La gran belleza, la desconcertante y hermosa película de Sorrentino, me apasionó esa colosal escultura de indudablemente un dios reclinado. Digo yo que será Neptuno o Poseidón, porque tiene una caracola en su mano derecha y está acompañado de peces. Y me preguntaba dónde estaría escondida en la eterna, inabarcable, embriagadora Roma. La he encontrado, en un recién acabado viaje a la capital italiana, donde pasamos el fin de año y unos cuantos días más, y que iremos contando a los lectores que todavía me quedan pese a la inconstancia de mi escritura. Digamos que en esta ocasión tengo algo más de justificación, ya que se nos olvidó el ordenador desde donde acostumbro a contar algunas cosas en estas escapadas a nuestra vida real.
La escultura, ante la que se sienta en el cartel el gran actor Toni Servillo en un supuesto sofá de mármol, está en el patio del Palazzo Nuovo, el lugar por donde se acaba la visita a los Museos Capitolinos, llenos de valiosísimas obras de todos los tiempos. El hallazgo fue sin quererlo, por casualidad, no sabía que estaba ahí. La imaginaba en una secreta estancia de alguno de los palacios que recorre el personaje Gambardella en buena parte de la película. No figura como destacada en las guías, no al nivel del Gálata moribundo, o del Espinario, o de la Loba Capitolina, o de la impresionante estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio, pero me proporcionó más alegría que ninguna de estas obras maestras capitales en esa corta visita. Y ahí os la comparto, por si os llega como a mí. Ya de regreso, salute e buon anno!
Roma es un rincón favorito
Ulyfox | 11 de marzo de 2011 a las 14:29

La piazza della Rotonda, rincón favorito

Es el Panteón, un templo de casi 2.000 años

Un detalle de la Piazza della Rotonda
Si lo lees al revés, Roma es amoR. Rocío, que tiene un motivo fuerte para haberse dado cuenta de este palíndromo, no se había percatado. Rafael, el vigilante, aún no lo sabe, pero un día irá a Roma como le ha pedido su mujer. Morse sigue con preocupación las negociaciones entre Aena y sus empleados porque su viaje previsto coincide con las fechas de la huelga prevista. Para ellos especialmente, este post.

El Elefantino de Bernini,y el Panteón detrás
Si Atenas es la cuna de la civilización occidental, Roma es su permanencia en el tiempo, su eternidad como bien reza su lema más conocido: citá eterna. O al menos eso me parece a mí. Estoy seguro de que no os puedo enseñar nada desconocido de esta ciudad caótica en unos ángulos y serena en otros, a la que llevan todos los caminos. Sólo puedo decir que es apabullante en su historia, impresionante en sus monumentos y vestigios, divertida en sus barrios, agobiante en su masivo turismo, revisitable mil veces. O sea, que qué os voy a decir de San Pedro, de la Fontana de Trevi, del Coliseo y los Foros, de Piazza Navona, de la atestada Piazza di Spagna, de sus basílicas.

En las inmediaciones del Campo dei Fiori

Puentes romanos para cruzar a la Isola Tiverina
Y el Trastévere con los puentes romanos que llevan hasta la Isola Tiverina, cortitos, empinados y emocionantes de cruzar para entrar en este barrio que, a pesar de su afluencia turística, conserva el poder de hacerte ver lo auténtico, con sus trattorías, mucho mejor para comer que sus restaurantes, sus sencillas terrazas, sus camareros no siempre amables.
O el Campo dei Fiori y todo el entramado de calles aún muy vivas llenas de artesanos o sencillos negocios, el mercado en la plaza, el impresionante Palacio Farnese, las inevitables y, por increíble que parezca, auténticas vespas y lambrettas, el barroco rebosando aún más que lo que ese estilo impone.

Mármoles romanos en la plaza del Capitolio
Y el Capitolio, que domina los Foros, en el que Miguel Ángel puso un orden simétrico en todo el caos de ruinas, tráfico, iglesias y cuestas que lo rodea, junto al gran pastel del Monumento a Victor Manuel II.

Pe, bajo la impresionante escalera que lleva a la iglesia de Santa Maria Aracoeli, cercanías del Capitolio
Bueno, y también la plaza Navona porque es un mundo de estatuas, fuentes, obeliscos, helados y gente sobre un antiguo circo romano. Y porque no muy lejos está la Pizzeria La Montecarlo, que adorna sus especialidades con un bosque de rúcola y tiene un precio de risa.

Piazza Navona es el mundo
Se trata de que Roma puede tener un rincón para cada gusto, para cada uno. Por eso es universal e íntima a la vez. Por eso no es casual que al revés se lea amoR. Buon viaggio a tutti!!

Aglomeraciones insoportables en temporada alta...

...Y el Tíber para serenarse